Kathmandu I: La ida

Comienza el Viaje


 
Las horas de vuelo y espera pasan rápido, entre películas substituladas en árabe y partidas de mus con la baraja del desierto, nos vamos acercando a la otra parte del mundo.
La noche del transfer la pasamos en el aeropuerto de Doha, en unas tumbonas de cara al desierto catarí. El agua de los grifos siempre sale caliente, ¿será por la temperatura exterior o será porque ardemos de ganas de llegar? El amanecer viene precedido por un ejercito de sirenas, decenas de vehículos se disponen a despertar a los aviones.
Llegamos a Katmandú, no sé ni cuantas horas después, mejor no mirar el reloj, nos obsequian con unos collares de flores naranjas que huelen muy bien y nos llevan a un hotel situado en el centro, se podría decir que en el centro del laberinto, luis nos propone ir a cenar a la Mille Gracie y allí hacemos la primera cena de grupo oficial, en Asia :)
Mis compañeros de expedición son Dani, Sito, Luis, Rafa, Álvaro y Luciano.
A la mañana siguiente reunión con Patchuli para cerrar los detalles del trekking y día libre para perdernos por ahí

Kathmandu

Un paseo por Thamel

 
Thamel es el epicentro turístico de la ciudad, en las calles del zoco se entremezclan los establecimientos de cambio de divisa, las tiendas de regalos, los falsificadores de material de montaña, los hoteles y restaurantes para turistas y los insistentes vendedores oportunistas, he dicho que no quiero una flauta!
Afortunadamente no todo es turismo, muchos nepalies viven sus vidas ajenos al turismo, al mismo tiempo que visitas un templo ellos realizan sus ritos y sus tiendas comparten las calle con las tiendas de regalos, no hay que alejarse mucho para tomar un vaso de lassi por pocos céntimos, compartiendo barra con los lugareños.

Boudhanath

 
Por la tarde estuvimos en el barrio tibetano, es una zona distinta, más cuidada que Thamel y donde abundan los monjes y los templos.
Nunca me he sentido especialmente interesado por los temas religiosos, tardo poco en saciar mi curiosidad visitando algunos templos y me aventuro en otras direcciones, explorar katmandú no es algo que puedas hacer todos los días, cojo la primera calle que encuentro y la sigo, hasta que las losas se convierten en asfalto, el asfalto en camino de tierra y el camino de tierra se pierde en un campo herboso.
Encontré un katmandú tranquilo y apacible, donde los niños jugaban libres, con la pelota en la puerta de los colegios, algunos mostraban curiosidad al ver a un europeo despistado tan lejos del centro, pero para la mayoría era transparente. Talleres de metal donde cinco o seis personas martilleaban algo en locales del tamaño de una cochera donde malamente cabría un mini y gente tremendamente abierta, pude estar charlando cerca de media hora con la dueña de una tienda donde entré a comprar productos locales, qué curioso que gente tan lejana te pueda parecer cercana en tan poco tiempo.

 
Finalmente, cena con compañeros del rocódromo que nos encontramos por alli, cargando fuerzas de nuevo en el Mille Gracie, al día siguiente empezará la aventura.

El vuelo a Lukla

Pasamos el día del cumpleaños de sito tratando de llegar a Lukla.
El aeropuerto para vuelos internos de kathmandú se parece mucho a la estación de autobuses de cualquier pueblo manchego, en ambos hay pocos aviones, y en este caso, mucha gente esperando coger uno. Hay que llegar pronto, cuanto antes tienes el vuelo más probabilidades tienes de volar, nuestra compañía tenía dos aviones, nuestro vuelo era el quinto de la mañana, uno de los aviones de la compañía estaba averiado y el otro se estropeó en el segundo vuelo.
Tras un tiempo indefinido en lo que parece ser una habitación suspendida en el tiempo, dani se me acerca y me dice: están diciendo que si pagamos algo más vamos en helicóptero, yo, sorpendido, me quedo pensando... ¿pero cómo vamos a ir en helicóptero? no le encuentro sentido, pero un rato después estamos montado en una especie de camioneta que nos lleva a la zona de helicopteros.
Luego habrá que pelarse con Pathculi para ver cómo se paga esto, pero estamos en el aire dirección a Lukla, el vuelo es emocionante, el helicoptero es poco más que un cascarón de cristal y se notan las ráfagas de viento al cruzar los collados. El piloto esquiva hábilmente los pájaros y nos obsequia con unas vistas increibles del Nepal rural, pueblos salpicando los valles y pistas de aterrizaje en lugares imposibles.

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